lunes, 17 de febrero de 2014

Fran y su teorías


Fran defendía con énfasis la vieja la teoría de las decisiones. Mantenía que en un instante, tan pequeño como uno pueda imaginarse y en el que haya la posibilidad de elegir, se puede tomar la opción equivocada y esa decisión puede cambiarte la vida para siempre, lo quieras o no, es inevitable. Eso sí, partía de una hipótesis, para él, verdadera: Dios no existe y por ende nuestras decisiones no están escritas de antemano y de esta forma somos libres de tomar la decisión qué nos plazca: nos equivoquemos o no. Esa será nuestra responsabilidad y deberemos asumirla.

Entre trago y trago de crianza y sentados alrededor de una mesa barnizada en color nogalina Fran intentaba convencer de su teoría a sus dos amigos José Luis y José Miguel en el bar que regentaban Juan e Ireane. Bar, que se había puesto de moda y que tenía un nombre nostálgico: El Bar de los Recuerdos. Situado en el Casco Histórico de la ciudad, por aquel entonces vivo.

«Os voy a poner un ejemplo: Yo tuve una novia en la etapa en la que uno se cree un hombre, pero actúa como un niño. Era preciosa tenía una melena castaña y unos ojos color melaza de impresión o eso me lo parecía». «Mirad», y Fran señaló la mesa colindante, «cómo esa chica», y señaló a una joven qué estaba acompañada por dos amigas. «Podéis sentaros con nosotros. Lleváis mucho rato con la parabólica puesta», dijo Fran con cierta ironía.

Las tres veinteañeras no se cortaron cogieron sus sillas y sus Coca-Colas y se sentaron a escuchar a Fran.

«Hoy haré una excepción», dijo José Luis, «pero en mi mesa jamás he permitido qué hubiera refrescos de Cola. Hoy haré una excepción, gracias a la lección magistral de mi amigo Fran».

Las jóvenes se presentaron solas: Yo soy Bárbara dijo la chica de ojos color melaza, yo Maribel, y yo Juana dijo la tercera.

Fran continuó con su historia:

«Mi novia era de un pueblecito de Zaragoza, pero que estudiaba aquí  en un colegio de monjas, las Escolapias, creo recordar. Ella vivía con una tía, que debía odiarme, cosa nada complicada, porque desde pequeño debía ser un niño de esos de armas tomar: un ser hiperactivo, y dispuesto a poner adrenalítico perdido a cualquier persona que estuviera a mi alrededor. Era una verdadera perla según contaba mi propia madre.

»Ambos coincidíamos a la hora de ir al colegio siempre en la misma calle y a la misma hora. 

»Un buen día, la chica del pueblecito de Zaragoza, me paró junto a otras amigas y me preguntó si  le había escrito una carta que llevaba en la mano. Era una jugada burda, pero yo caí en la trampa como un barbo en el anzuelo.

»Comencé a leer la carta y cuando termine las amigas de la chica, del pueblecito de Zaragoza, habían desaparecido y ambos nos encontramos uno frente a otro sin saber qué decir ni qué hacer. Mirándonos a los ojos, por cierto, qué los de la chica del pueblecito de Zaragoza, eran de un color melaza preciosos. Así como los tuyos», y de nuevo señaló a la joven con los ojos de ese mismo color.  

»Me quedé tan impresionado, que por primera vez en mi vida supe lo que era quedarme quieto, sin que nadie me gritara.

»Por fin pude reaccionar y los dos, sin mediar palabra decidimos hacer novillos. Paseando, y con miedo, buscamos las afueras de la ciudad En un descampado nos dimos el primer beso». «¡Oh!» gritaron todos.

«A las siete y media lo más tardar tengo que estar en casa Me tengo qué ir» dijo la Chica de Zaragoza. «Te acompaño». «Hasta casa no. A mi tía no le gusta que salga con chicos», le respondió la chica del pueblecito de Zaragoza. «¿Salir? ¡Me sentí cómo un pardillo!», narraba Fran con un tono de sorpresa. Entornado sus ojos grises y vivos, quizá más apagados por la edad que el día de autos, intentando captar aquel instante. «Aquello me  pareció qué iba muy de prisa, a mí, que marchaba por el mundo a toda máquina».

Fran hizo un alto y se bebió una copa de crianza de un solo trago. Hizo un gesto para llamar la atención de Ireane: «por favor saca una botella de lo mismo y tres copas más, a mi amigo le da grima los refrescos de cola». Ireane se rio.

«Aquel año, me resultó maravilloso», proseguía Fran, «hasta mejoré las notas. Luego el verano nos separó. Hubo cartas diarias y llamadas por teléfono cada tres días, cada diez se veían alternado los viajes Fran iba a Zaragoza y ella venía aquí.

»La estrategia se iba cumpliendo a rajatabla.

»El plan resultaba perfecto.

»Pero en el curso siguiente, ya en primero de carrera, las cosas se fueron alargando en el tiempo: las cartas ya no eran diarias, las llamada dejaron de ser cada tres días y siempre había escusas para no verse personalmente.

»Todo parecía haber acabado.

»Hasta que un buen día al abrir el buzón Fran encontró una carta de la chica del pueblecito Zaragoza, era la carta de amor más bonita que jamás había leído en su vida, ni sacada de un libro.

»Quedaron en verse y se vieron. Contaba, mi padre, que pasaron tres días sin salir de una pensión.

»Se despidieron y de nuevo volvieron las cartas diarias, las llamadas cada tres días y las visitas, ya quincenales.

»Todo parecía ir de nuevo color de rosa hasta que un nubarrón tapó todo aquello que era alegría y amor. No supe más de ella, las cartas le eran devueltas, cuando marcaba su número de teléfono y alguien contestaban le juraban que allí no vivía ninguna Gabi, que era el nombre de la chica del pueblecito de Zaragoza.

»Gabí había desaparecido de la faz de la Tierra, pero no de mi corazón.

»A pesar de todo, mis estudios iban viento en popa y tras el paso del Ecuador se planteó ingresar en la Milicias Universitarias. Fran hizo las pruebas superándolas con éxito pero una llamada de un general le dijo claramente y sin tapujos en lo boca: «usted nunca será oficial del Ejército de España. El hijo de un rojo jamás llevará una estrella!».

»Yo no me amilane ante tanta estrella desperdigada por las hombreras: «¿Si no puedo ser oficial, tampoco podré servir al ejército español cómo soldado?» Le dije al oficial. «Tampoco. Ese es un honor para unos pocos elegidos». «Me podría dar eso por escrito», le pregunté. «Sin dudarlo», le contestó el rey de las estrellas. «Salí desolado, pero con la carta del general, que le libraría del servicio militar, por aquel entonces obligatorio, bien guardada.

»Fui a la pensión, recogí mis cosas y me dirigí a coger el autobús que me trajera aquí. Pero al pasar por la plaza del Paraíso me encontró a Gabi. Los dos nos quedamos parados, nos miramos, pero yo solo acerté a decir adiós y seguí caminando. Ese es el instante, justamente ese  es del instante del qué os hablo, si me hubiera parado, hablado y quizá tomado un café, mi vida y la de Gabi hubieran cambiado por completo. Esto es algo qué pudo ser y no fue.

»Lo que os he contado solamente es un ejemplo ilustrativo de que cualquier paso que demos en la vida está marcado siempre por un sí o un no y además añadiendo, que desde mi punto de vista: el tiempo sí influye en una toma de decisiones. Es un mero suceso basado en la teoría de las posibilidades lógicas. Es el juego del sí y del no. Por cierto y desde  mi punto de vista, como parte de las Matemáticas, una ciencia totalmente exacta. Además, no lo olvidéis nunca, tal y cómo decía Galileo: Las Matemáticas es el lenguaje con el que Dios habría escrito el mundo».

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